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Carlos León: Valparaíso colgante y nublado

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Claudio Rodríguez Morales Privado, silencioso y porteño. Observador, melancólico y también porteño. Algo malicioso, medio tirado a existencialista, pero siempre porteño. Noble, distante y, ni que decir, porteño. Carlos León Alvarado, Coquimbo, 1916. Le siguieron Ovalle, Santiago e Iquique, hábitats insuficientes para lo que, aún sin saberlo, requería. Datos de almanaque, incompletos, pero necesarios para comprender la muletilla del inicio. El verdadero Carlos León pertenece a Valparaíso. Es decir, a todos los chiflados con cadenas imaginarias al puerto más puerto de todos los puertos. Y Valparaíso es parte del patrimonio que él se llevó consigo –sumido en un cortés silencio- en 1988. Su herencia: ficciones amables y reposadas. Adheridas a esta ciudad en ambientación y trama. Gemas únicas, excepcionales, provincianamente universales. Autor escueto y tardío, si vemos el asunto como una carrera de cien metros planos. Pero esencial para los que buscan suavizar esta vida amarga con bellas l...

Carlos León: Retrato hablado de un escritor

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Por Sara Vial Publicado en La Nación, 5 de marzo 1972 Autor de "Sobrino Único", "Las Viejas Amistades y Sueldo Vital", entrega su última colección de cuentos. "Aspiro a descubrir, no a crear. Todo está en la naturaleza". "Para mí es tan importante confeccionar un par de zapatos como escribir una novela". Desde su primera obra, "Sobrino único" (1954), los libros y cuentos de Carlos León han venido con intervalos, redoblando la imagen, singular y ceñida, de un escritor estricto y minucioso, apasionadamente frío en el manejo de su oficio, desconcertante siempre por su estilo de "isla" en nuestro medio; "más dibujante que pintor, puntillista lineal", como dijera Alone; "un refinado que implacablemente poda todo lo necesario, un observador de la naturaleza humana". Otro crítico, Edmundo Concha, aseguró: "Sus narraciones no tienen antecedentes visibles en Chile. Podría enseñarle a muchos escritores chilenos,...

La literatura y el poder /Jorge Edwards

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Todo el poder para los soviets, decía Lenin en 1917, en el comienzo de un capítulo que sólo se ha empezado a cerrar en estos últimos dos años. Todo el poder para nosotros, dice ahora Jaime Collyer, que parece hablar en nombre suyo y de sus compañeros de la nueva generación literaria. También dice, en un artículo publicado hace un par de semanas en Apsi y que fue colocado, seguramente por distracción de los editores, en la sección "Cultura": "Nada podrá ya desalojarnos de las trincheras". Como la idea del "desalojamiento" se reitera a lo largo del texto, agrega al final, después de referirse a los escritores de las generaciones anteriores: "Vamos a desalojarlos de la escena literaria a parrafadas y/o patadas, según sea el caso". Como ejemplo de reflexión crítica, digo yo, el ejercicio de Collyer no deja de ser original y revelador. Es una forma nueva de la vieja querella de las generaciones, pero es, por desgracia, una forma degradada. Me imagino ...